La sexualidad y la mal llamada “salud reproductiva” deben dejar de ser espacios de opresión en manos del poder establecido, que determinan nuestros comportamientos y la percepción de nuestro deseo e identidad.
El placer y la sexualidad resultan engranajes robados, ni perdidos ni olvidados: apropiados por un sistema perverso que prefiere que perdamos nuestra autonomía, nuestro auto descubrimiento, y nos alejemos de lo humano para volvernos robots.
La sexualidad, en Occidente sobre todo, es vista desde un lugar meramente genital, penetrativo y falocéntrico. Para la mayoría de las personas es incómodo hablar de ella, porque hasta en el inconsciente colectivo se la vincula directamente con tener relaciones sexuales. Construyeron tabúes donde antes había fuerza vital.
Personalmente, tampoco me gusta hablar de sexualidad sagrada, como hoy recuperan ciertos libros o voces. Ninguno de los dos puntos de vista me atraviesa o moviliza. Considero que, nos falta deconstruir muchísimo nuestras formas de pensar, de sentirnos, de saber qué nos excita, qué nos estimula, para evolucionar en estos campos. Ni hablar de las formas de tener relaciones sexuales que adoptamos porque los medios de comunicación y la pornografía machista nos enseñaron cómo estándar. Nos falta mucho por problematizar, permitiéndonos la crisis, la pregunta y no tener por qué saberlo todo. Nos falta recuperar la autonomía y la potencia de nuestros genitales, de nuestros úteros, de nuestras hormonas sexuales.
Aun así, para empezar este proceso, es urgente y necesario desterrar lo culposo, lo pudoroso y lo prohibido de la sexualidad, para que deje de ser tabú y empiece a ser la posibilidad de habitar con placer, escucha y respeto al cuerpx, sus ciclos y sus procesos físicos, psíquicos, emocionales y espirituales. En cuanto eso suceda, revolucionaremos las maneras de vernos, accionar y desear.
Sexualidad no es coger. Sexualidad es sabernos deseantes, despiertxs, encendidxs, vivxs. Sexualidad como potencia, búsqueda, impulso y espacio revelador. Quizás sea la forma de habitar el cuerpo, nuestros úteros y sus procesos sexuales vitales y humanos; acompañar los lenguajes que habilitan las hormonas; reconocer y observar la salud de nuestra vagina, vulva y suelo pélvico. Quizás sea la manera de guiar el cuerpo a existir con un poco más de placer. Y cuando decimos placer no nos referimos a una imagen romántica o alegre. Placer puede ser llorar, hacer pis, mandar a la mierda a alguien, o miles de otras acciones que no tienen nada de cursi o feliz.
El placer como apoyo para menstruar, para ciclar, como esa trinchera-refugio-espacio amoroso para darme lo que necesito o lo que por lo menos frene lo duro, lo rígido, lo ansioso o exigente. O como dice Sarah Barmak en su libro “Orgasmo”: hablar del placer sin policializarlo, sin hacer de él una institución, un ministerio, un deber ser, sino una pregunta, una singularidad, un gesto de emancipación.
Este es un fragmento de “Algo que nos devuelva el fuego”, nuestro segundo libro que pueden encontrar aquí.
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