Socialmente la figuran como ese momento despreciable, en el cual somos un monstruo destructivo, lleno de ira y tristeza, que debemos disimular para que la gente nos siga queriendo y no huya de nosotrxs.
Quizás sí estamos llenxs de enojo, angustia y sensibilidad, pero puede ser que el motivo real es que este mundo no está preparado para acunarnos y sostenernos en ese momento. Nos sentimos dañadxs, excluidxs y mal vistxs. Algo bien intuitivo y visceral se está despertando en nosotrxs y probablemente sea necesario atravesar las emociones que nos afloran sin juzgarnos, depurando la mierda, alejándonos del ruido: poder escucharnos, aunque el afuera no nos acepte porque supuestamente estamos faltxs de productividad desmedida.
En esta sociedad, habitar la pre menstrualidad y la menstruación es un acto rebelde, político y valiente, es poner el cuerpo a la profundidad de conocernos y sentirnos, un poco en carne viva y otro poco duelando todo aquello que no queremos llevar como mochila en nuestros úteros. Es darle lugar a la progesterona como hormona-amiga que nos acompaña a relajarnos, descansar, y entender que bajar el ritmo es parte de lo cíclico, es romper con los mandatos de “hacer y no parar”, es abrir un diálogo con lo corporal y sensible. Sangrar unos días al mes es una acción tan literal y visible, que por más que nos empeñemos en callarlo, ahí está, resistiendo, mostrándonos la herida, lo roto, lo que nuestro cuerpo calla y sostiene. Ya sea con dolor o con algún malestar, el cuerpo se expresa, el útero late, la sangre habla. Es cuestión de darle lugar. Ciclar implica distintos tiempos dentro nuestro, todos igual de válidos y necesarios. Nos adoran ovulatorixs, pero no por eso vamos a romantizar los discursos de un sistema que siempre pretende que generemos capital y que estemos dispuestxs a poner nuestro fuego y deseo en sus pretensiones.
Este es un fragmento de “Algo que nos devuelva el fuego”, nuestro segundo libro que pueden encontrar aquí.
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